
« La tradición insiste en considerar al marido el cabeza de familia e imponer su apellido a la esposa.
Una de las sorpresas negativas que depara Francia es la dificultad que afrontan las mujeres para mantener su identidad. En el país de la igualdad, el tratamiento de señora o señorita sigue estando a la orden del día. Y en todo tipo de formularios se exige el nombre de casada. El de soltera, por cierto, se llama “de jeune fille”, es decir, de jovencita, como si mantenerse soltera condenara a la mujer a la inmadurez.
De nada han servido las leyes y normas para cambiar las cosas. En Francia ya no es obligatorio adoptar el apellido del varón y el llamado nombre de “jeune fille” se ha cambiado por el “de familia”. Pero la tradición pesa, lo que el diputado de Los Republicanos traduce como que “no se puede imponer la felicidad”; un argumento sorprendente.
El problema es que esa diferencia de trato social tiene algunas consecuencias más profundas. Así, las grandes empresas (bancos y operadoras telefónicas fundamentalmente) tienden a nombrar como cliente principal a los hombres hasta el punto de exigir su permiso para multitud de operaciones, aunque las cuentas sean conjuntas y las tarjetas y móviles estén a nombre de cada uno.
La inseminación artificial está prohibida para las mujeres solteras y el Gobierno socialista ha incumplido su promesa de terminar con tal discriminación. España, Portugal, Bélgica o Reino Unido lo permiten desde hace tiempo. “Este es un país que está todavía en un conservadurismo excepcional”, lamenta la senadora ecologista Esther Benbassa. “La cultura francesa mezcla seducción, galantería, machismo y poder”. […]
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